El Orgullo causa Sufrimiento
Siendo nosotros seres imperfectos, aún conservamos un acentuado amor propio, y nos causamos muchos sufrimientos que no tendríamos que pasar si usáramos nuestra fuerza de voluntad para combatir ese defecto, origen de tanto mal, que se llama orgullo.
El orgullo es uno de los defectos del ser humano que más entorpece su progreso. Indica una falta de humildad que es necesaria para que todo espíritu encarnado y desencarnado, pueda avanzar y progresar. El orgullo nos impulsa a asumir conductas que nos impiden alcanzar nuestras metas en la vida.
Para que el espíritu progrese no solo necesita educarse en términos intelectuales, sino que también necesita una educación moral.
De esta forma podrá ser útil a sí mismo y a su semejante. Si solo le damos importancia a la parte intelectual dejando sin atender los valores morales, tendremos un ser que camina por la vida a ciegas, con sus valijas llenas de conocimientos que no sabe emplear para el bien de la humanidad, sino para su propio interés por su necesidad de hacer prevalecer sus ideas menospreciando las del prójimo.
La persona orgullosa piensa que es infalible, aunque diga lo contrario, pero su conducta le delata. Piensa que por sus conocimientos o por sus bienes, merece las mejores posiciones y atenciones. Pretende gozar de prestigio personal o profesional del cual no se ha hecho merecedor.
Se define orgullo como “estimación excesiva del propio valor”, esto es, el orgullo no permite reconocer nuestras limitaciones, aquellas que con humildad, pudiéramos superar.
El orgullo en sí es una gran limitación en la vida de todo ser, ya sea espiritual o material. Levanta barreras que nos impide vernos a nosotros mismos haciendo que nos sintamos superiores a los demás basándonos en los pocos triunfos que hayamos tenido en la vida.
“Toda resistencia orgullosa deberá ceder tarde o temprano; mas felices aquellos que son humildes porque prestarán oído dócil a las enseñanzas”
Un orgullo comedido es saludable cuando se manifiesta como satisfacción por el deber cumplido, por logros y metas alcanzadas, tanto por nosotros como por nuestros seres queridos, o por todas las cosas positivas que hacemos en la vida. Pero cuando este orgullo se convierte en un sentimiento exagerado, entonces ya es algo perjudicial.
Cuando una persona tiene un orgullo pronunciado, y como resultado del mismo, sentirá gran mortificación por el hecho de que las demás personas no le consideren o le estimen o le elogien en la forma que ella piensa se merece.
Tan es así que puede emplear mucho tiempo de su vida buscando la manera de satisfacer su orgullo y le veremos mudándose de lugar, de trabajo, de agrupaciones, de todos los lugares donde piensa que no se le reconoce.
En el plano terrenal podrá lograr posiciones profesionales o sociales, bienes materiales y todo aquello que él considere que le hace lucir y sobresalir de los demás.
El orgullo puede llevar a una persona al extremo de ser cruel y despiadada con sus semejantes y hasta procurar hacer daño cuando no obtiene lo que desea que puede complacer su orgullo.
El pensamiento tiene fuerza, es poderoso, y puede ocasionar daño cuando está cargado de una energía negativa impulsada por el orgullo. De ahí la necesidad que tenemos los seres humanos de estar alertas y vigilantes con nosotros mismos para controlar el orgullo en la medida que éste se manifieste en nosotros.
Este defecto, el orgullo, al igual que todos los demás, tendrá consecuencias negativas en su vida cotidiana y más importante aún, al regresar al mundo espiritual.
Veamos en el libro El Cielo y el Infierno o la Justicia Divina, de Allan Kardec, Capítulo IV, Espíritus en Sufrimiento, las expresiones de seres que ya se encuentran en el mundo espiritual y que cuando estaban en el plano terrenal fueron sumamente orgullosos: “¡El orgullo! esta hidra de cien cabezas, siempre renaciente, que sabe modular sus silbidos emponzoñados de tal modo que se les toma por una música celeste; ¡el orgullo! este demonio múltiple que se doblega a todas las aberraciones de vuestro espíritu, que se oculta en los pliegues de vuestro corazón, penetra en vuestras venas, os envuelve, os absorbe y os arrastra consigo a las tinieblas.....”
“¡Orgullo! Repetid continuamente esta palabra para no olvidar jamás que es la fuente de todos los sufrimientos que nos abruman. Sí, abusé del poder y del favor de que gozaba, fuí duro y cruel para con mis inferiores, que debían doblegarse a todos mis caprichos, satisfacer todas mis depravaciones. He querido para mí la nobleza, los honores y la fortuna, y he sucumbido.......
“....Entonces, poderoso también, sucumbí al orgullo, causa de todas las caídas....quise en mi última encarnación volver a comenzar una vida de lujo y de poder; pensando dominar los escollos, no hice caso de los avisos; orgullo que de nuevo me condujo a fiarme de mi propio juicio antes del de los amigos protectores que no cesan de velar sobre nosotros.
Hoy comprendo ya, y confío en la misericordia del Señor. Pongo a sus pies mi orgullo abatido... Hermanos en sufrimiento, que mi ejemplo os sirva, y no olvidéis nunca que el orgullo es el más grande enemigo de la dicha....
El orgullo va de la mano de la vanidad donde la persona centra toda su atención en sí misma.
Hay una necesidad imperiosa de resaltar sus cualidades y su personalidad ante los demás lo cual no le es agradable a las demás personas. En sus aspiraciones siempre está envuelto su deseo de sentirse honrado, respetado y elogiado. Por su incapacidad de auto-analizarse no reconoce sus fallas.
Todos los seres humanos tenemos orgullo y vanidad, pero el peligro está en el exceso y en el no reconocerlo. Los espíritus inferiores aprovechan esas debilidades nuestras para fomentar la discordia y las desavenencias con nuestro prójimo creando situaciones difíciles y de mucho sufrimiento.
Todas las actuaciones de cada ser humano en su vida presente, deben estar dirigidas a su mejoramiento, a su perfeccionamiento.
Es mediante el empleo del orgullo positivo innato en cada uno de nosotros, de nuestro libre albedrío y nuestra fuerza de voluntad que podemos controlar y modificar nuestros defectos, como es el orgullo exagerado.